Supervivencia.


Hay ocasiones muy concretas en las que en  una película da igual el guión, la dirección, la banda sonora o cualquier otra cosa que no sea la actuación del protagonista; si esta falla, todo se va al traste y no hay nada que salve los muebles. Hasta hace relativamente poco, un ejemplo de ello era Naufrago, película protagonizada por un Tom Hanks muy distinto al de hoy día, víctima de la estética; ejemplo al que se suma 127 horas, de Dany Boyle, un film que se practica en la soledad y el lucimiento de James Franco y donde queda patente su nivel interpretativo.

Para ponernos en situación, la historia nos cuenta la vida de Aron Ralston, alguien aficionado al montañismo y senderismo que en una de sus incursiones en una zona de cañones de Utah, cae por uno de ellos, quedando atrapado bajo una enrome roca que le oprime la mano derecha. Es entonces cuando debe de en primer lugar, intentar escapar de la trampa en la que se ve y después reflexionar sobre sí mismo y su vida, para aceptar cosas que jamás antes habría considerado, amén de que todo esto está basado en hechos que verdaderamente sucedieron.


Nos encontramos ante una película complicada de ver por cierto tipo de público por varios motivos. Uno de ellos será la tranquilidad con la que la película recorre los 97 minutos de su duración, lo cual puede exasperar a más de uno, a lo que se le suma la propuesta de que sea un único actor quien se encarga de mantener el espectáculo como ya indiqué anteriormente, el hecho de que intente ofrecer contenidos más o menos existencialistas o la crudeza de lo visual y sonoro llegado el momento.
Sin embargo 127 horas es una película que impresiona por muchas y diferentes razones, lo que es una invitación en toda regla a que el público supere ciertos miedos a la hora de acercarse a ella.

Lo primero que llama la atención de la película es su cuidada y excelente fotografía, ya que los grandes paisajes, sus colores y el encuadre de los mismos te dejan sin aliento en muchas ocasiones y que ayudan a Boyle y a Franco a hacer realmente creíble, esa sensación de soledad y nimiedad que se respira a cada segundo. Hay que reconocer que se le ha sabido sacar partido al espacio natural que nos presentan.

Un espacio natural que alberga a un total desconocido y que hasta el momento en el que el título de la película no hace acto de presencia (especial mención a este detalle que se me antojó sublime no tanto por la forma como por el momento en el que se sucede), su persona, sus actos nos dan un poco igual ya que la presentación del mismo jamás existió y por ello cualquier conexión entre él y el espectador queda relegada a lo anecdótico. Es aquí donde verdaderamente arranca la película y hace que aunque conozcamos con antelación a suvisionado el detalle que da sentido a esta historia, uno tenga la sensación de acabar de sentarse frente a la pantalla a ver... lo que acaba de empezar. Este es uno de las aciertos del guión ya que posiblemente si hubiera sido de otra manera, se nos habría tratado de estúpidos y habríamos sido testigos de la nula capacidad del protagonista por mantener una relación que no fuera con él mismo, durante mucho tiempo antes de llegar al punto clave, perdiendo tiempo de metraje en su vida cotidiana en la ciudad; es normal, así consigues que la platea consiga llorar a moco tendido y sentir verdadera lástima por el protagonista. Pero este no ha sido el estilo que se ha llevado a cabo, porque reconozcámoslo, entonces la película se desinflaría a niveles alarmantes y perdería toda la gracia, postrándose ante lo fácil aburrido. Va directamente al grano y eso le inyecta un estilo que al resultado final le hace ganar enteros.

Esta decisión corresponde a la búsqueda de Boyle de mostrarnos al verdadero personaje que yace en la interpretación de James Franco ya que seguramente ni tan siquiera él se conoce a si mismo, sensación que se diluye a medida van pasando las horas en soledad. No interesa así mostrarnos dos personas diferentes, sino la evolución de una sola.

Seremos testigos de una de las mejores actuaciones de Franco, que a mi entender muy superior a la de Collin Firth, quien recibió un Oscar por su papel en El discurso del Rey. Podremos observar como su cara y sus ojos son sus principales armas y como convence en cada uno de los diferentes estados emocionales y psicológicos que sufrirá. En algunos momentos puede antojarse poco real en pos de mayor dramatismo y se habría agradecido un  mayor ímpetu, pero podría haberse corrido el riesgo de la sobreactuación lo que nos deja un resultado más que satisfactorio.

Y es que la película será un desfile de emociones ante las que uno debe de enfrentarse ya sea protagonista o espectador e intentar dar cabida en nuestra alma a todo lo que sucede, tan deprisa que ni tan siquiera nos damos cuenta, como le sucede al protagonista cuando cae junto a la roca. El mero hecho de que salga el sol o la visita de un pájaro se celebran en la película como algo excepcional, algo que dejamos pasar a diario a lo largo de nuestras vidas y que únicamente en la más estricta de las soledades podríamos llegar a comprender y valorar.
Así se entienden entonces, esos títulos de crédito y esa manera de empezar y acabar la película, sirviéndonos imágenes de cientos o miles de personas que, caminan, van de un lado hacia otro, deprisa, muy deprisa... sin tan siquiera pararse el suspiro de unas 127 horas.

Quizás,estén relacionados con la parte más floja del film, los flashbacks que se nos muestran a modo de valientes recuerdos que invitan a querer seguir vivo, pero que si bien obtienen poca fuerza y no consiguen (ahora ya sí, en el momento perfecto) que los valoremos y/o suframos significativamente junto a Aron Rarlston. Una serie de acciones o momentos que salvo uno en especial y en el que el protagonista estaría acompañado por su padre, se diluyen sin saber mostrarse de manera efectiva, más allá de lo simplemente narrativo. 
El contrapunto a esto es la forma en la que transcurre la vida en el cañón, ya sea ansiando lejanas botellas de refresco, conversaciones radiofónicas o los momentos más duros y cruentos  del relato, acompañados por un un montaje de sonido realmente terrorífico. Y es que en su tramo final, la película consigue que nos quedemos sin aliento. Porque hay que reconocer que en esos últimos minutos, las imágenes solapadas con el sonido hacen que se te ericen todos los pelos del cuerpo.

Resumiendo, estamos ante una gran película que contiene una historia que marca muy bien el ritmo que se propone, una actuación soberbia y una dirección más que correcta para un director que en esta ocasión no se propuso hacer trampas (como si sucedería con otras películas ambientadas en India). El espectador terminará por pensar lo que acaba de ver y no solamente eso, sino en sí mismo y ciertos planos de su vida, lo cual también es de agradecer.

Lo mejor: La fotografía y la actuación de James franco
Lo peor: Las partes en Flashback, para algunos su tramo final por su dureza y saber que está basado en hechos reales.

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