El viaje a ninguna parte


El perdón. La redención. Conocer al enemigo. Comprender sus motivaciones. Ideas atractivas para cineastas, pero del todo manidas que dan como resultado películas cortadas por el mismo patrón y aburridas en su planteamiento, desarrollo y resolución. The Railway Man no está fuera de esta idea.



Con una historia dura a la par que vista mil veces, la historia del teniente Lomax está relatada de un modo tan catastrófico que no ha lugar para sacar buenas conclusiones de su visionado. Rodada sin ganas y con actores que salen airosos de la situación por su mera capacidad innata de ser intérpretes extraordinarios. El director australiano Jonathan Teplitzky no ha querido innovar para nada en esta historia que, en un planteamiento interesante, resuelve de modo muy lineal.



Con un comienzo de chiste en el que el encuentro fortuito de los dos protagonistas da lugar a su historia de amor, la película transcurre sin rumbo con una serie de escenas cortadas en la sala de montaje con un machete. No hay nada interesante en su desarrollo. Un correcto Colin Firth que de repente enloquece, una Nicole Kidman muy desubicada en un papel que no está hecho a su medida como esposa sufridora y un Stellan Skarsgård que cumple con su presencia aunque su personaje sea un arquetipo más en este tipo de películas.



La trama avanza, pero los personajes no. Y al final todo son dudas porque la película expone muchas elipsis en un argumento más simple que el mecanismo de un chupete. Son liberados pero apresados, son retenidos para realizar vías de tren pero no realizan dicha función, son castigados pero no hay un motivo concreto. Los malos son muy malos, y además ignorantes. El malo de la función es, repito, muy malo, y además muy tonto, pero sin olvidar que es muy sibilino. Es decir, otro arquetipo de personaje. Un copypaste de multitud de personajes reales que no han tenido la decencia de transformar en alguien más creible.



Con una primera hora totalmente soporífera, es el encuentro entre Colin Firth y su antiguo torturador (Hiroyuki Sanada, quizá lo mejor de la función, pero que defiende las motivaciones de su personaje muy pobremente por culpa de un guión lleno de clichés) donde la película sugiere lo que podría haber sido si todo lo que concierne a este proyecto no hubiera tomado unos derroteros tan facilones. Y cuando parece que la película puede reposar correctamente porque ha remontado un poco el vuelo, alguien decide que posea un final precipitado y ridículo, demasiado edulcorado para la historia relatada.



Estamos ante una película de transición, una historia que debía ser contada porque resulta interesante, pero realizada con tal desgana y con el piloto automático puesto, que no deja otra sensación más que de déjà vu.


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