Ser padre hoy


En una escena de la monumental Érase una vez en América (1984), el grupo de gánsteres protagonista se cuela en un hospital de maternidad para descolocar a distintos bebes de sus respectivas cunas haciendo imposible la identificación de sus padres con el fin de chantajear a un jefe de policía cuyo recién nacido ha sido intercambiado por otro. “Jugaremos a ser dioses”, exclama uno de ellos: la familia y por tanto en gran parte el destino de esos niños están en sus manos.



Recuerdo que la primera vez que vi esta obra maestra de Sergio Leone me entró una profunda inquietud al pensar en ello. El mero ejercicio de imaginar las implicaciones morales de semejante trueque causaba en mí un gran desasosiego: ¿Qué sentiría un padre al saber que su hijo está en manos de unos desconocidos y el niño que él ha criado no es suyo? ¿Cuál sería la reacción de éste al enterarse de que su padre no es su padre?... Todo estas dudas hacen que uno se acabe replanteando el concepto de relación paterno-filial.



Hirokazu Kore-eda, quizá el cineasta japonés actual más accesible al público occidental, reflexiona sobre estas cuestiones e intenta descubrir qué significa ser padre en su última película, De tal padre, tal hijo (2013). El director de Nadie sabe (2004) ha orbitado alrededor de temas como la infancia, los niños y la familia desde los comienzos de su carrera, pero si en su anterior trabajo, Kiseki (2011), los dos hijos de una familia separada se erigían como protagonistas de la función, aquí los pequeños actúan como mero catalizador de la trama, en cuyo centro se haya la figura del padre.



De tal padre, tal hijo cuenta la complicada situación en la que se ve envuelto Ryota (Masaharu Fukuyama), un exitoso arquitecto que ha logrado alcanzar una vida acomodada junto a su leal esposa Midori (Machiko Ono) y su hijo Keita (Keita Ninomiya). Juntos forman una familia ejemplar: un alto nivel de renta, una casa impoluta, una mujer impecable y un hijo que recibe lecciones de piano. Todo se complica cuando tras una llamada del hospital en el que dio a luz su mujer descubren que, tras el parto, su bebe fue intercambiado por otro en un error del personal médico. Su hijo ya no es “su hijo” y su verdadero hijo, Ryusei (Shogen Hwang) ha sido criado por los padres biológicos de Keita, el despistado Yudai (Lily Franky), que bien podría ser la antítesis encarnada de Ryota, y la dedicada Yukari (Yoko Maki). El contraste entre ambas familias es manifiesto y los padres deben decidir si lo mejor es intercambiar a sus hijos para quedarse con su auténtico descendiente biológico o si sería un cambio demasiado brusco para unos niños que con seis años ya han desarrollado bastante consciencia y arraigo por su actual vida.



Una historia de estas características en manos de un cineasta cuya tendencia a coquetear con la sensiblería más empalagosa suele restar a sus películas corre el riesgo de acabar en un discurso estólido que apela a la lágrima fácil. De tal padre, tal hijo pende de un hilo muy frágil que en cualquier momento se puede romper cayendo en el terreno de lo cursi. Su etiqueta de promoción como “la película que emocionó a Spielberg en Cannes” no ha jugado a su favor, al menos para este cronista (por mucho que uno le admire como director, algunos de sus gustos son bastante discutibles: recuérdese que ya antes se vendió un producto como Pulseras rojas (2011) como “la serie con la que Spielberg lloró”). Sin embargo, Kore-eda se muestra bastante contenido vertiendo la dosis justa de edulcorante sin que se le vaya la mano en ningún momento.



El resultado final está cocinado a fuego lento, con un ritmo calmado que marca la constantemente repetida música de Bach y la inconsciente pero omnipresente influencia del maestro Ozu (así se refirió a él el propio Kore-eda en la entrevista que tuvo el placer de realizar uno de mis colegas de esta casa y que pueden ver aquí), cuya sombra es tan alargada que en estos momentos podemos también ver en la cartelera Una familia de Tokio, notable remake de una de sus obras cumbre que también gira en torno a la familia y la paternidad .



La película galardonada con el Premio del Jurado del Festival de Cannes 2013 se antoja como una obra humilde y sosegada, casi una obra menor. Plagada de reflexiones y preguntas pero carente de respuestas, De tal padre, tal hijo encaja a la perfección con la trayectoria del director japonés y supone un paso adelante en madurez y complejidad. No sé a Spielberg, pero la sensibilidad de Kore-eda al mostrar ciertos momentos entre padre e hijo sí logró emocionar a un servidor.

redactor de La Llave Azul | Madrid

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