Buscando las palabras



La exitosa novela de 2005 La ladrona de libros, del australiano Markus Zusak, la historia en la Alemania nazi de una niña, Liesel, a través de los libros que va rescatando de distintos lugares, llega a los cines en su versión cinematográfica. Una coproducción estadounidense-alemana con actores de diferentes nacionalidades (lo que se traduce en una mezcolanza idiomática que, por otra parte, también sucedía en el libro) y dirigida por el británico procedente del mundo de la televisión (especialmente reconocido por su trabajo en la serie Downton Abbey) Brian Percival, que nos da una visión edulcorada y suavizada del nazismo. La ladrona de libros no es La lista de Schindler de Steven Spielberg, ni El pianista de Roman Polanski. Ni lo pretende. Tampoco lo pretendía el libro, cuya historia estaba vista a través de la mirada juvenil de la protagonista, a pesar de estar narrado, ni más ni menos, que por la muerte.




El primer problema le viene a la película directamente de esta base. Lo que en papel le daba personalidad y originalidad a una historia que otro modo resultaría, por qué no decirlo, “más de lo mismo” (un libro contado por la muerte), en la película resulta forzado y sin un sentido argumental real. Es un recurso demasiado atrayente como para decidir prescindir del mismo, y, si se hubiese hecho, probablemente sería una de las carencias más importantes de la adaptación con respecto al original. Pero quizás hubiese sido mejor omitirlo. Porque, en el fondo, ¿de qué sirve en la película una molesta voz en off que interviene en cuatro o cinco momentos puntuales para hacer alguna reflexión filosófica? Por otro lado, la importancia de los libros en la narración de la novela que queda patente desde su propio título, sólo se manifiesta en la película en contadas ocasiones. No se oculta que los libros tienen una importancia fundamental para la protagonista, pero en ocasiones parecen más un mcguffin para hacer un retrato familiar y de amistad.




Quizás no es justo juzgar una película sólo en términos de adaptación de una novela, y no como una obra aislada e independiente. Sobre todo si, como es el caso de La ladrona de libros, tiene momentos de gran cine (o al menos, de emularlo), como el de la Noche de los Cristales Rotos en contraposición a los niños de las Juventudes Hitlerianas cantando un himno a la patria, o el de el ataque aéreo en el que Max, el judío oculto, por fin es libre para salir a mirar las estrellas. Sin embargo, la película tiene todo tan perfectamente situado en su lugar en cuanto a sus aspectos técnicos, desde la dirección de Percival hasta la fotografía de Florian Ballhaus, que finalmente el resultado tiene muy poco que aportar más allá de su clasicismo. Cuenta, eso sí, con un valor añadido, la banda sonora de John Williams, casi siempre muy comedida, que deja espacio a los silencios y no fuerza los sentimientos, sino que sirve como agradable acompañamiento. Los temas al piano son especialmente expresivos, mientras que los que corresponden los niños son ligeros y recuerdan a los que Williams compuso para Harry Potter.




Lo que más se echa en falta es una descripción profunda de los personajes. La Liesel original tiene mucha más fuerza y amargura que la niñita encantadora de la película a la que da vida la canadiense Sophie Nélisse (conocida por su premiada interpretación en la nominada al Oscar Profesor Lazhar de Philippe Falardeau). Tampoco se profundiza en la compleja relación entre Liesel y Max, unidos no sólo por su pasión, sino también por sus temores. Max está interpretado por el casi debutante en cine Ben Schnetzer de manera anodina, quizás porque su personaje, muy atormentado en el libro, en la película no se queda ni en el mero estereotipo, apenas sabemos nada de él. Por su parte, Geoffrey Rush y Emily Watson hacen poco más que de sí mismos. Les acompañan los alemanes Nico Liersch como Rudy, el amigo de Liesel, Barbara Auer o el más conocido Rainer Bock (el médico en La cinta blanca de Michael Haneke).




Con todo, La ladrona de libros es una correcta adaptación, con momentos incluso emotivos, hasta que en los últimos cinco o diez minutos atraviesa sin miramientos la estrecha línea del dramatismo forzado que casi todo el tiempo trataba (con mayor o menor fortuna) de no rebasar. Es una película pensada para agradar de manera demasiado evidente, pero tiene valores reivindicables que en su conjunto la hacen un producto ameno y estimable dentro de sus limitaciones.

La ladrona de libros se estrena en salas el 10 de enero.

redactora de La Llave Azul | Madrid



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