Racionalizar el (super)heroismo.

El Capitán América vuelve en El soldado de Invierno, la última cinta del personaje de la factoría Marvel antes de reunirse de nuevo con Los Vengadores. Una cinta con más aroma a los thrillers de Jason Bourne que al tradicional cine de cómic. La comentamos.


Es indudable que en el universo cinematográfico de Marvel Studios se cuidan extremadamente sus producciones y los personajes que las protagonizan, con la intención de trascender su status de simples productos de entretenimiento. Dentro de este mundo tan particular, el Capitán América ha resurgido como una de las figuras estrella de la compañía. Su primera película, Capitán América: El primer vengador (2011), quizás no lograba esa madurez de la que hablábamos, también debido a su propio director, Joe Johnston, especializado (salvo contadas excepciones) en realizar blockbusters de calidad. En ello se encontraba también la mayor virtud de la película, en su sencillez y su descripción de personajes. El Capitán volvió a aparecer en esa inmensa travesura que es Los Vengadores (2012), la divertida vuelta de tuerca al género de Joss Whedon. Los vengadores no hizo sino confirmar algo que ya se apreciaba claramente en la primera: el descubrimiento de Chris Evans como la reencarnación perfecta del Capitán. Evans, que no era nuevo en el mundo de Marvel, realiza una trasformación total del descarado y mujeriego Johnny Storm de las dos películas de Los cuatro fantásticos, a la dignidad y moderación absolutas que le da al Capitán. Esto queda expuesto ya de forma evidente en la última aventura del personaje que ahora llega a los cines, Capitán América. El soldado de invierno, dirigida por los hermanos Joe y Anthony Russo.



Tras haber quedado congelado en una misión en la Segunda Guerra Mundial, y posteriormente encontrado al final de la película de Johnston, y despertado y casi automáticamente puesto a trabajar al servicio de S.H.I.E.L.D. en la de Whedon, en esta nueva entrega el Capitán América tiene que empezar a hacerse al siglo XXI. 70 años le separan de la última vez que vio el mundo, y no sólo deberá enfrentarse a las nuevas tecnologías y a todo lo que desconoce en cualquier ámbito; también los valores en los que creía, los ideales por los que luchaba, prácticamente han desaparecido. En nuestra época, la nobleza del Capitán resulta irrisoria. Y es precisamente ese honor, esa voluntad de hacer lo correcto, le van a poner el punto de mira. El Capitán, junto a la agente Natasha Romanoff, va a descubrir los sucios secretos de S.H.I.E.L.D., transformándose prácticamente en una especie de Jason Bourne: un agente del gobierno perseguido por aquellos a los que defendía. Incluso los directores adoptan el dinámico estilo de Paul Greengrass, mostrándose tan hábiles como el británico para rodar la acción, apoyados por un magnífico montaje que muestra las situaciones con claridad, y los monumentales efectos de sonido, dignos, al menos, de nominación a premio. Sin embargo, los directores ruedan un producto frío e impersonal, que provoca cierta distancia, aparte de algún momento aislado como el del avión que quiere dar caza al Capitán en el puente, precisamente porque hay una épica de la que, sin embargo, carece el resto de la película.



Por otro lado, hace tiempo que quedó demostrado que los films de acción, incluidos los de superhéroes, pueden profundizar en sus personajes y tener interpretaciones al nivel de las de un drama o cualquier otro género. Ya hemos destacado antes el trabajo de Chris Evans como alter ego del Capitán, o más bien de Steve Rogers, dándole humanidad y cercanía. Sin embargo, casi no se reconoce en él ni en Scarlett Johansson como la Viuda Negra lo que aprendimos de ellos en sus anteriores apariciones en películas de Marvel. El tono en Capitán América. El soldado de invierno ha cambiado, y, como consecuencia, también lo han hecho los personajes, lo cual no deja de crear cierta incoherencia incómoda. Junto a ellos, nuevas incorporaciones y viejos conocidos, con Anthony Mackie como el Halcón, el personaje más marveliano de todos, Samuel L. Jackson como Nick Fury, y unos villanos típicos pero no arbitrarios encarnados por un majestuoso Robert Redford, y Sebastian Stan, el cual introduce la subtrama más interesante, de inspiración casi shakespeariana.



Capitán América. El Soldado de Invierno se quedaría a medio camino entre tendencias: sin llegar a ser excesivamente sobria, y con retazos de humor (aislados), es evidente que no busca la ligereza de la de Johnston, sino la trascendencia y el dramatismo característico últimamente de cualquier reboot, impostado en la mayoría de los casos. La película antepone un realismo casi heredado de los Caballeros Oscuros de Christopher Nolan al encanto del espíritu superheroico. Quizás sea un paso adelante para tomarnos más en serio las películas basadas en cómics. O quizás no deberíamos tomárnoslas tan en serio. Sea como sea, Capitán América. El soldado de invierno es un adrenalítico ejercicio de acción ante el que, sin embargo, no se puede evitar sentir cierta desilusión.

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